El reciente test orbital del Starship de SpaceX se vio empañado por una constelación de vicisitudes técnicas, desde la obturación incompleta de una escotilla, frustrando el despliegue de cargas simuladas, hasta una deriva giroscópica incontrolable que culminó en un amerizaje abrupto en las profundidades del Índico; la confirmación de una "desintegración rápida no programada", eufemismo para una deflagración terminal, no ha disuadido a Elon Musk, quien, haciendo gala de su proverbial optimismo, ha reivindicado los avances tangibles cosechados en las dos demostraciones precedentes y prometido una escalada en la frecuencia de las operaciones de lanzamiento, si bien este vuelo inaugural con un booster reutilizado acabó con la pulverización del mismo en el Golfo de México, malogrando, asimismo, el objetivo primordial de evaluar la integridad del escudo térmico durante una reentrada atmosférica gobernada, un revés que, no obstante, no resta importancia a estas pruebas, cardinales para los ambiciosos planes de la NASA de recurrir al Starship en sus misiones lunares, con la vista puesta en el retorno tripulado a la Luna.