May 3rd, 2025
Con seis efigies esculpidas en granito, el panteón del golf se ve ahora completado, confiriéndole a Rory McIlroy el estatus de haber coronado la cima del olimpo de este deporte.
No obstante, a McIlroy le aguardan aún proyecciones de envergadura.
Próximo mes, cumplirá 36 años y, en su opinión, es un jugador más completo que hace una década; una tesis que encuentra escaso respaldo probatorio en contra.
A lo largo de sus deciocho años en el circuito -la mitad de su dilatada trayectoria como golfista profesional- McIlroy jamás había cosechado tres victorias antes de que el almanaque marcase mayo. Jamás se había sentido tan exento de presión; juega con el rédito ya obtenido, lo cual trasciende con creces los 13,2 millones de dólares que ha acumulado en sus seis comparecencias en el PGA Tour este año.
Ostenta la supremacía en el Masters.
Ahora dispone de un cubículo en la planta noble de la sede social del Augusta National, donde le aguarda, in aeternum, una chaqueta verde de la talla 38, así como un sitial en la mesa de la cena del Masters Club, celebrada el martes por la noche. Esta consecución ha demandado once años. ¡Qué epifanía!
Con el pecho exultante, McIlroy inclinó la cabeza en el decimoctavo green al consumar su victoria, embargado por un profundo sosiego. "La euforia sobrevino poco después", articuló, y tal aserto se hizo patente en el semblante que exhibió mientras Scottie Scheffler lo asistía en la investidura de la icónica chaqueta verde.
Elucidó McIlroy, primero en el solemne cónclave de Butler Cabin y subsiguientemente al inaugurar su conferencia de prensa, la latitud discursiva que aprehendía: "¿Sobre qué temática discurriremos el próximo año?".
¿Qué proyecciones se ciernen sobre el horizonte para el venidero mes?
Perfeccionado el Grand Slam de carrera, urge sopesar la viabilidad de consumar un Grand Slam de calendario, dada la alineación propicia de los majors restantes de la temporada.
El Campeonato de la PGA está programado para el mes próximo en Quail Hollow, un enclave donde McIlroy ostenta la preeminencia con cuatro galardones de campeón.
Figura entre el elenco de jugadores que, el estío pretérito, se pronunció acerca de un interrogante hipotético: si el golfista puntero en la FedEx Cup tuviera la prerrogativa de determinar la sede del Tour Championship, ¿cuál sería? Sin ambages, McIlroy optó por Quail Hollow.
El U.S. Open se dirime en Oakmont, un campo formidable que se presta a los pegadores consumados, lo que le sería tan ventajoso a él como a cualquier otro; empero, en su última comparecencia en dicho escenario, rubricó un 77 en una jornada inaugural empañada por la lluvia que se prolongó durante dos días, optando por el *walkover* antes del desenlace del fin de semana.
El Open Británico vuelve a la palestra en Royal Portrush, en su feudo norirlandés, donde McIlroy mantiene un contencioso personal. En su precedente incursión en Portrush, la amalgama de sus desmedidas aspiraciones y proyecciones lo condujo a un golpe inicial que se desvió allende los confines del campo, a la materialización de un 8 y, a la postre, a verse excluido del corte.
Retorna con una sensación de holgura más acentuada que la de apuro.
Esa lejanía contextual, aunque patente, ilustra paradigmáticamente la mutación discursiva en torno a McIlroy, otrora centrada en sus carencias, hoy imbuida de la anticipación de sus potenciales conmensuraciones de éxito venideras.
Scheffler, quien lo acompañara en Butler Cabin y a lo largo de la ceremonia de premiación, articuló esta observación el martes: "Carezco de la comprensión cabal de lo que implica ser inquirido sobre el Grand Slam profesional, mas poseo una noción rudimentaria de lo que representa ser interpelado con 'Has alcanzado esto, pero no aquello'. Ello puede ser sumamente angustiante para algunos individuos".
Brad Faxon, un allegado que tutela a McIlroy en la mecánica de su *putting*, aseveró que éste no tiene barreras para redoblar su palmarés de *majors*, profetizando que "puede llegar a conquistar una decena".
Arnold Palmer y Jack Nicklaus auguraron en su momento que el joven Tiger Woods poseía el acervo de cualidades para conquistar una decena de chaquetas verdes, cifra que igualaba la suma de sus respectivos triunfos; Woods, empero, solo logró la mitad de tal hito.
McIlroy se encontraba todavía a 18 hoyos de la consagración de su primer major en el U.S. Open de 2011 en Congressional cuando Padraig Harrington vaticinó, "Si te dispones a perorar acerca de alguien que ose a desafiar la plusmarca de Jack, he ahí a tu prójimo."
El canon de excelencia en el golf está epitomado en Nicklaus y sus 18 majores; McIlroy, con cinco, comparte pedestal con Brooks Koepka, quedando ambos a una década de los triunfos de Woods.
La susceptibilidad a la efusividad es comprensible; este Masters se erige, inopinadamente, entre los anales de los epígonos en Augusta National: Woods en las gestas de 2019, 2001 y 1997; Nicklaus en las proezas de 1986 y 1975; y la entronización de Arnold Palmer en 1960.
Pero esta hazaña no resultó sencilla para McIlroy, ni en la crucial jornada dominical ni a lo largo de las dieciséis temporadas pretéritas. Transcurrieron once años desde su última victoria en un *major*, y si bien la conquista del Masters constituía su anhelo más profundo, únicamente en dos de sus dieciséis incursiones previas alcanzó los postrimerías de la ronda final con verosímiles perspectivas de alzarse con el triunfo.
Mucho más lacerante fue el tormento que experimentaron jugadores como Greg Norman y Tom Weiskopf, David Duval y Ken Venturi, cuyas vicisitudes dejaron cicatrices indelebles.
McIlroy, tras su cuasi descalabro en el U.S. Open bienal, aseveró que transcurrirían "100 domingos como este" para ceñirse otro major. Habría transcurrido un milenio de domingos para enfundarse una chaqueta verde, máxime ponderando el cúmulo de vicisitudes en liza.
McIlroy ostenta ahora el insigne título de sexto golfista en completar el Grand Slam de carrera, adscribiéndose a una estirpe de eminentes deportistas conformada por Woods, Nicklaus, Gary Player, Ben Hogan y Gene Sarazen; si bien cabe matizar que únicamente cuatro de ellos consumaron la proeza en su plenitud, toda vez que la concepción contemporánea de dicho hito no emergió hasta la postulación formulada por Arnold Palmer en 1960.
El único otro golfista en emular tal hazaña en el Masters fue Sarazen en 1935, cuando el certamen apenas celebraba su segunda edición y aún no ostentaba su denominación actual. Oficialmente, Sarazen se adjudicó el Torneo de Invitación Augusta National, toda vez que las icónicas chaquetas verdes no se instituyeron hasta 1949 y la célebre cena del Masters Club del martes por la noche no se inauguró hasta 1952.
McIlroy se erige, en puridad, como el adalid insólito en alcanzar la fase postrera en el Masters, cuyo palimpsesto mnémico resulta prolijamente más vívido al configurarse como el único major dirimido en un mismo coto. Tal fue su singularidad intrínseca.
Ponderar la magnitud de este logro implica no solo escudriñar las adhesiones coetáneas, sino también discernir las omisiones en el panteón del golf del Monte Rushmore.
Sam Snead, con 82 victorias, comparte el récord de triunfos en el PGA Tour, una cifra que, curiosamente, excluye el U.S. Open; de manera análoga, Phil Mickelson, pese a ostentar un palmarés más extenso que el de McIlroy, adolece de la misma carencia en su Grand Slam, al no haber conquistado tampoco dicho torneo.
A pesar de las notables 39 victorias de Tom Watson en el PGA Tour y sus ocho títulos de Grand Slam, o del influjo trascendental que Arnold Palmer ejerció sobre el golf moderno, ninguno de estos titanes del deporte rey logró inscribir su nombre en el palmarés del Campeonato de la PGA.
El Masters ha liberado a McIlroy del fardo de la perpetua conjetura sobre si engrosaría el elenco de los sempiternos "casi", erigiéndose ahora la incógnita en cuán insondables atalayas aún podría aventurarse.
May 3rd, 2025
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