Tras la destitución de Yoon Suk-yeol, cuyo controvertido y fugaz recurso a la ley marcial desató un proceso judicial por supuestos cargos de rebelión, los ciudadanos surcoreanos acuden a las urnas en unos comicios presidenciales extraordinarios para elegir a un nuevo mandatario.

Lee Jae-myung, el candidato liberal, se perfila como el virtual vencedor, explotando sagazmente el descontento público larvado hacia la bancada conservadora, en unos comicios celebrados en un contexto de polarización interna exacerbada que, *a posteriori*, podría erigirse en una pesada losa para el futuro mandatario.

Tras su unción, el líder novel afrontará un quinquenio jalonado por una economía languideciente, las políticas proteccionistas trumpianas aún resonantes y la espada de Damocles nuclear norcoreana.

Las proyecciones demoscópicas auguran una victoria para Lee, cuyo iconoclasta discurso contra el establishment conservador y su proclama de una política exterior resuelta le han granjeado adeptos; empero, sus detractores lo tildan de populista falaz, erigido sobre promesas incumplibles y peligrosamente demagógicas.